jueves, 24 de mayo de 2012

Bojonawi, un plan para hacer turismo y preservar la biodiversidad


Esta reserva forestal es una iniciativa verde que busca reforestar una parte del Vichada.
Los aullidos de los monos en las mañanas, el nado de los delfines en el río Orinoco a pocos metros y la experiencia de sembrar árboles de más de diez especies son algunas de las cosas que lo maravillarán de un lugar como la Reserva Forestal Bojonawi, en el Vichada.
Este lugar de la Orinoquia es especial porque se conecta con la Amazonia, lo que lo convierte en un corredor de biodiversidad único.
A pesar de que su infraestructura no está adecuada para una estadía de varios días, los turistas podrán tener visitas guiadas durante varias horas y disfrutar de un almuerzo típico.

La reserva está situada a 10 kilómetros de Puerto Carreño a través del río Orinoco, y por tierra es posible llegar en verano (enero-marzo) utilizando la carretera que conduce a Cazuarito y tomando la desviación hacia La Hormiga, aproximadamente a dos horas de la capital del Vichada.
En esta zona protegida por la Unesco se llevan a cabo actividades de reforestación que buscan reducir la huella de carbono, es decir, la totalidad de gases de efecto invernadero que es emitida por un individuo u organización. La primera fase de este proyecto surgió de la unión de la firma Biomax y la Fundación Admira la Vida, liderada por el piloto Gustavo Yacamán, con el fin de preservar los ecosistemas locales.
Bojonawi, uno de los sitios más interesantes del departamento, representa cuatro paisajes diferentes de la Orinoquia colombiana. En esta región se pueden apreciar bosques, sabanas, morichales y lugares de exuberancia vegetal como La Laguna, El Pañuelo, Caño Negro y la Reserva Agua Linda.
Además, hay nutrias, panteras, ocelotes, zorros, caimanes, babillas, tortugas, dantas y venados de cola blanca.
Iniciativas de preservación de sitios como Bojonawi son importantes para cuidar las especies en vía de extinción y mejorar el caudal del río Orinoco. También ayuda a las comunidades indígenas que habitan cerca y es una opción para conocer el país en la onda del turismo sostenible.

Guanacaste, la joya turistica


Costa Rica es un país aliado de la naturaleza. Es muy pequeño, pero está lleno de parques nacionales y marinos, de reservas silvestres y forestales, de refugios y humedales intocables. Y alberga cerca del 5 por ciento de la biodiversidad del planeta.
La superficie de Costa Rica representa solo el 0,03 por ciento de toda la tierra, y entre frontera y frontera la atraviesan 500 kilómetros. Nada más. Lo que impresiona es que con esas cifras, que lo ponen casi siempre al final de la lista, sea uno de los países pioneros en ecoturismo y uno de los que más áreas protegidas tiene en el mundo. Son 64, y suman casi el 30 por ciento de su territorio. De eso viven muy orgullosos los 'ticos'. Se les nota. Se les sale por los poros.
Solo en Guanacaste, en el oeste del país, una de sus provincias más extensas y también de las más turísticas, se concentran 10 parques nacionales en los que viven venados de cola blanca, osos perezosos, monos congos, mariposas de todos los colores, tortugas enormes.
El Palo Verde y el Rincón de la Vieja son dos de esos parques. El primero también es humedal, tiene casi 20 mil hectáreas y es el sitio de anidación de aves migratorias más importante de Centroamérica. Un buen plan ahí suele durar dos horas, que alcanzan para recorrer en lancha el río Tempisque y ver cormoranes, ciervos, cocodrilos, iguanas, garzas, micos. Para respirar aire puro.

Playa, mar y árboles
En Guanacaste hay sol casi todo el año y hace calor incluso cuando llueve (la temporada va de junio a noviembre). Y en sus casi 200 kilómetros de costas se contabilizan más de 60 playas. Una absoluta delicia.
El mar, en muchas de esas playas, la mayoría, es manso, tranquilo. Es ahí donde están ubicados los grandes hoteles. De cualquier manera, en esta región privilegiada hay espacio para los amantes del buceo o de los deportes acuáticos, y para aquellos que solo buscan arena y océano para relajarse.
Guanacaste, en lengua náhuatl, significa árbol de la oreja, porque sus frutos son como orejas humanas. Por eso en la carretera, mientras uno va de un parque a otro y ve guanacastes -son el árbol nacional de Costa Rica- a lado y lado, todo cobra sentido.  

Algo sobre la gastronomía
La comida de Costa Rica es muy parecida a la nuestra. Las frutas son las mismas, por ejemplo. La dieta de los 'ticos' está basada, fundamentalmente, en arroz y fríjoles, que preparan de muchas formas y comen al desayuno, al almuerzo, a la comida. Si le gustan los fríjoles, mejor dicho, este es el paraíso. En el desayuno el plato se llama gallo pinto (es como uno de nuestros calentados, pero con salsas y especias). En el almuerzo, la mezcla de arroz y fríjoles se llama 'casado', y a ella se le agrega plátano maduro y carne, pollo o pescado. Los tamales de cerdo también son un plato típico.
Costa Rica, además, es olor a café y del muy bueno, y a tortillas de maíz y caña de azúcar. Y si visita una de sus provincias costeras, como Guanacaste, es tierra de mariscos, de buenos pescados, de ceviche.
El trago nacional es el ron. Si es blanco, no importa la marca, popularmente se le dice guaro. 

jueves, 17 de mayo de 2012

Honda, la tercera ciudad más importante del país en el siglo XVIII


Sus casas antiguas la hacen uno de los 10 lugares de la nueva red de Pueblos Patrimonio de Colombia.

El río turbio, las casas con balcones y las calles empedradas son una postal del pasado colonial de Honda (Tolima).
Allí, familias de pescadores, nacidas y criadas a las orillas de los ríos Gualí y Magdalena, han sido testigos de la transformación de este pueblo, que en el siglo XVIII fue el tercer punto más importan te del país. Actualmente, sus pobladores recuerdan con nostalgia la época en la que el comercio del país tenía que pasar por esta zona.
Los hondanos conocen sus tesoros: la calle de Las Trampas, por la que pasó el Libertador Simón Bolívar, y la del Sello Real, en la que se cobraban los primeros impuestos del país; sus puentes centenarios y las casas en las que nacieron personajes ilustres como el dos veces presidente Alfonso López Pumarejo y Alejo Sabaraín.
Después de recorrer estos rincones coloniales, de revivir por instantes una parte del pasado de Colombia, los turistas se pueden sentar en alguna de las sillas del puente de los Enamorados a comer helado y a disfrutar de la brisa del río  Magdalena, como lo hacen los habitantes de la Ciudad de los Puentes.
Hombres de ciencia y abolengo pisaron las calles empedradas de Honda para hacer historia en los siglos XVIII y XIX; esa fue la época de gloria de este pueblo, que todavía conserva caminos de herradura enmarcados en callejones de casas coloniales al estilo español.
Su pasado comienza a desempolvarse con una caminata por la calle de Las Trampas, legendaria no solo por su forma de zigzag sino porque fue un paso obligado para el ejército de Bolívar y también el camino atravesado por las mulas que cargaban hasta Bogotá la comida que llegaba de los barcos de vapor provenientes de Barranquilla, Cartagena y Santa Marta.


Etoturismo, viaje para conocer el papel que cumplen plantas y animales


Todo está sustentado en mirar con paciencia, pero no se descarta, dependiendo del lugar, que el viajero pueda ver de cerca cómo se aplica una técnica de rastreo para seguir el camino de un felino o descubrir algunas facetas muy particulares del comportamiento de un mono o un colibrí. Por eso, cuando se va al bosque a entender por qué un ave, un tití o un jaguar vive allí, y no en la ciudad, se habla de etoturismo, una opción que nos muestra la selva, los humedales o un arrecife con enfoque científico, solo para comprender cuál es la función que cada uno cumple en el planeta.
La caminata para encontrar al oso de anteojos de Chingaza avanzó como una procesión en pleno páramo, a 4.000 metros de altura. Dieciséis personas caminábamos dentro de un bosque de encenillos, robles y arrayanes en busca de este mamífero, tan fuerte como un tractor.
Sabíamos, a pesar de un optimismo unánime, que no lo íbamos a ver. El oso huye ante la presencia de cualquier invasor. Por eso, nuestra única opción era dedicarnos a hacer etoturismo, es decir, buscar sus huellas, comprobar lo que come y, de paso, entender por qué el oso vive allí. Para ser precisos: visitar el lugar, observarlo en detalle y percibir  'como científicos novatos' el comportamiento (ethos, en griego) de este animal único de los Andes.
Sus rastros estaban por todas partes. Había marcado con sus garras las cortezas de decenas de troncos. Vimos muchos de sus gruesos pelos pegados en ramas, pedazos de plantas rasgadas con sus dientes y algunos cadáveres de venados en las copas de los árboles. Entendimos que el oso no está en el páramo porque sí. No es una casualidad del paisaje; está allí por una razón natural: al moverse y despedazar plantas para comerlas, esparce semillas que permiten el nacimiento de más árboles, arbustos y musgos. Es decir, por el oso, este lugar mantiene renovada su flora para que absorba con eficacia toneladas de agua, que luego se lleva por acueductos a millones de hogares. Una máquina de alto rendimiento natural que también se alimenta de roedores y otros animales herbívoros, para que no acaben con las escasas matas.
El etoturismo nos lleva no solo a entender a los osos, sino también a comprender el papel de las aves, de las ballenas, a caminar por la selva, por un humedal, a recorrer un arrecife, pero para saber cuál es la función de cada especie y de cada pedazo de biodiversidad, generalmente única e irrepetible.